jueves, 23 de febrero de 2012


Cada mañana y cada tarde lo veo al pasar, al ir y al volver. Me resulta de lo más enigmático. Estoy convencida de que nadie repara en su presencia, y quién lo haga, no le dará apenas alguna importancia pero él, repara en cuantos transitan su avenida.

Una vez, hace algunos años, la niña que aún entonces era, se sorprendió al escuchar de boca de un amigo, que no hay que sentir pena de quienes viven de modo alternativo, que muchos indigentes eligen vivir así, y que por qué ha de ser eso peor.

Años después no olvido aquella conversación, y ha venido a mi memoria en muchas ocasiones. Todos conocemos algún caso de indigentes con familias adineradas que, por algún motivo que escapa a nuestra comprensión, cada vez que intentan ayudarle huyen de ello. No hace mucho, llegó a mis oídos una historia real, una oficina precisaba personal de limpieza y ofreció el puesto a un joven sin techo que solía ir a pedir comida. El chico rechazó la oferta alegando ganar más pidiendo, pero no era esa la única razón, de aceptarlo, debía respetar unos horarios, cumplir unas labores, llevar una disciplina…

Pensé que era totalmente increíble, pero alguien me descubrió la otra cara de la moneda. Dormir en una cama calentita en invierno, tiene un precio, para algunos demasiado alto, y no todos están dispuestos a pagarlo. Nunca antes me había parado a pensarlo porque son cosas que entiendo como lógicas, pero supongo que hay muchas formas de verlo.

Todo aquel que quiere dormir bajo un techo se ve en la disyuntiva del chico que rechazó el puesto de limpieza, consciente o inconscientemente, ha de aceptar que le marquen un estilo de vida, unos horarios, unos patrones de conducta mínimamente establecidos, higiene, modales, disposición a cumplir unos objetivos, pagar impuestos, declarar a hacienda, etc. La mayoría no entramos en disyuntiva alguna porque lo entendemos como lo que ha de ser, pero algunos lo ven como un atentado a su libertad, a su vida, lo rechazan por considerarlo un precio demasiado caro…

Me vienen a la memoria unos dibujos de los 80 o los 90, una pandilla de pícaros gatos callejeros que, en una ocasión, un duro invierno, comienzan a vivir en la casa del policía que siempre los persigue, con el que mantienen un curioso amor-odio, al poco tiempo no quedaba comida, la casa daba pena, todo estaba sucio… no eran capaces de mantener lo que podemos llamar, “una vida ordenada”, pero ellos tampoco lo querían, finalmente volvieron al callejón.

Lo que quiero decir es que, curiosamente, hay personas que, con sus desventajas, ven belleza en ese modo de vida. Al margen de las normas sociales, encuentran su libertad.

Y esto me lleva al comienzo de estas líneas, a ese enigmático señor de mirada pensativa que todo lo observa… ¿Qué pensará él al vernos a nosotros? Subir a las 07:45, bajar a las 14:00, volver a las 17:00, regresar a las 20:00… Nosotros nos apenamos por él, pero él seguramente se lastime por nosotros, esclavos de nuestros techos.

2 comentarios:

  1. La verdad es que a veces aceptamos cosas como logicas, como algo que deberia se asi. Aceptamos que debemos tener un trabajo, un determinado estilo de vida, es lo que nos inculcan. No todo el mundo es capaz de adaptarse a eso.
    Por desgracia hay muchas personas que no lo eligen.

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  2. Lo que pasá és que somos demasiadas vezes sociedad y muchas pocas vezes nosotros.

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